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Los extraordinarios derrumbes del material, visibles desde la carretera, nos hace elevar la vista hasta lo alto, para reconocer la increíble fuerza y tenacidad del hombre, que llega a transformar y desmantelar en proporciones como éstas el paisaje natural primigenio.
Próximos a los grandes bloques marmóreos que, desde cientos de metros de altura, han caído hasta el fondo de este angosto valle, proseguimos por el asfalto. Muy pronto, éste parece desperezarse y comenzar una vigorosa subida hasta superar unos relieves alomados que dejan entrever la entrada al complejo de canteras, recurso económico fundamental de la comarca.
A nuestro alrededor se extiende una continua alfombra de arbustos, donde destacan aislados pinos y olivos que cubren una continuada sucesión de suaves pendientes, aportando amenidad al itinerario. Dejamos atrás algún bosquete de encinas y, si la época es cercana a la primavera, algunos serpenteantes arroyuelos que dejan correr sus aguas por las laderas.
" Camino de Chercos"
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" Vista de Chercos"
Seguramente, en más de una ocasión, alguna bandada de perdices salga a nuestro paso, en un confiado paseo, hasta levantar un rápido vuelo o saltar a algún matorral que le servirá de momentáneo escondite.
A la derecha, en una ladera, muy pronto aparece una pequeña aldea, de nombre: Chercos Viejo, anticipo de la localidad más moderna que toma el apelativo de Nuevo y que se encuentra un poco más adelante.
Si el ánimo acompaña a nuestro incansable viajero, le proponemos que se dé un paseo por estos poblados, que como todos los de esta antigua comarca demuestran en su fisonomía, historia, tradiciones y gastronomía una clara influencia morisca.
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